Las crisis forman parte de la vida y todos en alguna medida evitamos pasar por ellas. Suponen cambio y los cambios implican soltar y el soltar cuando no queremos o no podemos, causa dolor y cuando nos resistimos o no somos capaces de sostener ese dolor y transitar el camino que nos lleva hacia una nueva dirección lo que ocurre es que el dolor se torna sufrimiento y entonces ya nos perdemos, nos desconectamos por completo sin poder hacer uso de nuestra responsabilidad, nuestra voluntad y nuestra determinación para no quedarnos pasivos ante lo inevitable, padeciendo mucho más que lo que supone el cambio en sí.
Estamos viviendo momentos difíciles y de sacudida, quien no ha perdido a algún familiar o persona querida, se ha quedado sin empleo o se ha visto afectado por el impacto que ha supuesto la pandemia y aquellos que no han sufrido estos duros acontecimientos, el confinamiento les ha puesto frente a sí mismos y frente a las personas que conviven sin ningún tipo de filtro ni escapatoria, haciendo visible lo que antes no lo era y mostrando todo aquello que antes podía ser tapado con las distintas distracciones y obligaciones de nuestro día a día.
Y en estos casos en los que la vida ha transcurrido sin perdidas ni grandes cambios en lo que respecta a lo laboral o personal, sin embargo las personas se han visto inmersas en profundas agitaciones y entonces me planteo; si, si, si…. es verdad que ahora tenemos mucha presión pues la incertidumbre a la que hemos estado expuestos y el aislamiento no es un estado natural del ser humano, no poder ver a quien queremos, tener toda la actividad concentrada en un mismo espacio, el tener que conciliar las necesidades adultas con las de nuestros hijos, estar desprovistos de aquello que nos aporta equilibrio y bienestar, todo ello nos lleva a una situación límite en la que como es natural podemos sentir malestar.
Pero si toda esta interrupción abrupta de nuestras vidas nos ha pillado “con las cosas en orden” lo habremos podido sostener de alguna manera mientras que de lo contrario, esto habrá supuesto una feroz sacudida, poniendo de manifiesto y al descubierto lo que antes ya había.
Llegados a este punto, no es conveniente seguir pretendiendo tapar aquello que tenemos que revisar y cambiar; Es verdad que cuando nos detenemos a mirar, no es nada cómodo, de hecho puede resultar insostenible pero si en esos momentos dejamos que afloren todas las emociones sin negar, reprimir ni taparlas haciéndonos cargo de nuestra propia responsabilidad y siendo capaces de sostener dicho malestar, sin resistencias, entonces dichas emociones no se instalaran y el dolor dará paso a un nuevo entendimiento que dará lugar a una transformación personal.
Una crisis es como llegar a un cruce de caminos donde se abren distintas opciones a tomar en función de la actitud con la que se afronte; Podemos poner el foco en nosotros mismos o en el afuera así como apegarnos a lo de antes o abrirnos a algo nuevo y diferente. Y dependiendo de estas coordenadas que elijamos, así decidiremos quedarnos atascados en el sufrimiento y la queja o por el contrario, permitiremos que sea una oportunidad de cambio.
Ahora que parece que la incertidumbre va disminuyendo y cada persona tiene un poquito más de libertad para poder gestionar e intervenir en su entorno más cercano es una oportunidad para plantearnos lo que si podemos hacer y no eludir responsabilidades.
Termino esta reflexión con una cita del psiquiatra y superviviente del holocausto Viktor Frankl que espero que te inspire tanto como a mí y por qué no, te ayude si estas en esa encrucijada en la que no sabes muy bien que hacer;
“Cuando no podemos cambiar la situación, estamos desafiados a cambiarnos a nosotros mismos”
Siempre podemos hacer algo con aquello que nos ocurre, toda crisis supone una oportunidad de crecimiento y transformación.